Nadie daba nada por nosotras. El entorno que nos rodeaba decía que no íbamos a durar. Aquí estamos. Era el 1991. Seguimos. Nos descubrimos. Nos sabemos. Nos sentimos. Siempre nos dejamos ese espacio propio. Juntas, pero no revueltas. Muchas voces le dimos al traste. Parecía que no íbamos a seguir. Estamos aquí tras nuestros vacíos y desastres. Vivir en pareja no es el final feliz, es el principio de un camino en que seguir cogiéndonos de la mano hace ver un amanecer o atardecer tras otro cada una y en compañía. Llegado al punto presente a veces las nubes ocultan ese amanecer. Se sale. Recreo mi mundo y vivo en mí. Tú eres y estás. No hay otro lugar.
Leyendo la memoria se aviva. Academia Blecua. Conflicto con el hermano de ella. Me voy. María Paz Santolaria, de una familia que regenta una panadería bien considerada, en una calle amplia que baja hacia el coso bajo y calle de San Martín (Lanuza), en cuya esquina está la pastelería Soler, en la que preparaban una selección de turrones en caja de cartón plana, de distintos precios y tamaños. No sé si a consecuencia de ese conflicto dejé la academia. Mi madre me dijo que le habían dicho que no la necesitaba. Sí que puedo apuntar que retaba a ese profesor, infravalorándolo. Mi inteligencia lo retaba. Mis actitudes eran de superioridad intelectual. Puedo pensar que valoraba una mediocridad que confundía su función con su actitud, o quizás era él quien proyectaba eso. Los Blecua eran varios. La profesora de Lengua en el instituto Ramon y Cajal, en el que estudié hasta COU, durante ocho años, y a la que nunca tuve de profesora. Un lingüista que publicaba libros de texto, que estaban valo