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Reconstruyendo recuerdos

 


Leyendo la memoria se aviva.


Academia Blecua. Conflicto con el hermano de ella. Me voy. 


María Paz Santolaria, de una familia que regenta una panadería bien considerada, en una calle amplia que baja hacia el coso bajo y calle de San Martín (Lanuza), en cuya esquina está la pastelería Soler, en la que preparaban una selección de turrones en caja de cartón plana, de distintos precios y tamaños.


No sé si a consecuencia de ese conflicto dejé la academia. Mi madre me dijo que le habían dicho que no la necesitaba.


Sí que puedo apuntar que retaba a ese profesor, infravalorándolo.


Mi inteligencia lo retaba. Mis actitudes eran de superioridad intelectual.


Puedo pensar que valoraba una mediocridad que confundía su función con su actitud, o quizás era él quien proyectaba eso.


Los Blecua eran varios. La profesora de Lengua en el instituto Ramon y Cajal, en el que estudié hasta COU, durante ocho años, y a la que nunca tuve de profesora. Un lingüista que publicaba libros de texto, que estaban valorados y un arquitecto. Entre ellos, el que nos daba repasos parece ser que se debía sentir acomplejado.


Me recuerdo adolescente. 

Con catorce años me fueron a buscar mis amigas el día de festividad no festivo para ir al baile. Salí sin problemas.


Se me acusaba de hablar. De distraerme o distraer.


Explicaba y le molestaba mi actitud. Quiso ponerme a prueba, pero le salió mal, porque, aunque charraba escuchaba y seguía la explicación. Ángulo de refracción y ángulo de reflexión. Estábamos en espacio que tenía ventana al coso. La academia estaba cerca de San Lorenzo, en frente de La tijera de oro y la pastelería Vilas.


No fue ese día. Fue otro. Me enfrenté y me largué. Su mediocridad pretendía humillar. Siempre he tenido olfato emocional.


Fui brillante en lo que me era afín. Memorizar me desagradaba. Razonar era mi fuerte.

Mis habilidades matemáticas y dibujo. De diez.

Con el tiempo me he ido decantando a las letras.

Siempre me gustó leer.

Tengo capacidad lectora y comprensiva naturales. 

El porqué de las cosas me motiva.


En la lectura de ayer recordé las clases de microbiología. Biología hubiera sido mi alternativa, pero en Huesca no se apuntó esa alternativa.


Finales de los ochenta o principios de los noventa. No recuerdo bien. Me matriculé en Biología. En cursos de adaptación.


Primero fui a la facultad de Matemáticas. No me llegué a matricular. Una huelga administrativa. Fui a algunas clases. En verano estuve yendo a una academia para repasar las matemáticas de COU con alumnos que debían aprobar en septiembre. También me inicié a la informática, con un curso de base de datos.

Ese verano nos veíamos con mi prima que estaba con un embarazo bastante visible. Alejandro nació en noviembre, ahora es padre. Gonzalo nació en septiembre. Así que de aquella hace más de treinta años. En una de las clases me di cuenta que me costaba seguirla, así que desistí y no me matriculé. Lo contenta que había estado al ser aceptada y lo decepcionada que me sentí al darme cuenta de que se me había pasado la oportunidad.

Algo me llevó a entrar por Biología. Me di cuenta de que sí que estaba capacitada para seguirla. Lo haría. No pude. Me operaron del oído. Reconstruyeron el tímpano. Perdí prácticas y clases.

Hubo una nota de diario la que me llevó a Filosofía. Allí encajé. Me motivé. Lo dejé sin terminar.

Opté por la universidad online. En el verano, haciendo cursillos supe de ella. Solicité ingresar allí para estudiar Psicopedagogía. Cuando me aceptaron me sentí afortunada. Estudié motivada. La UOC. 

Era jefe de estudios y coordinadora de informática. Estudiaba y asistía al seminario para coordinadores de informática.

Estaba en un buen momento. Lo rompí. Cambié de colegio. Fui al Font d’en Fargas. Estudiaba. Me levantaba antes para entrar en el campus virtual. Me iba bien. Me costó adaptarme al nuevo centro. Era el 2002. Mi madre sufre un infarto coronario. Antes, cuando estudiaba filosofía pasó por el trance de una intervención a mi padre en las fechas de Semana Santa. Eso me lleva a ir a Huesca todos los fines de semana. Salía el viernes en autocar directo y volvía el domingo después de comer. Fue muy duro.

Tener a mis padres en declive hizo que mi retorno a los estudios se fuera frustrando, pero lo personal prevalece sobre lo demás.

Por mañana, hace once años, enterramos a mamá. Santa Águeda. Hicimos un chocolate con churros tras su ausencia. Estuvieron con nosotros, mi hermano y papá, mi tío Josemaría, Ana y su hija. La hija de Ana se quedó la noche que murió mamá. Yo fui a casa por mi padre. Pasaba el día con mamá 

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  El suicidio. Cuando pasan los años y no pasas de ese pensamiento, y ves que de muchas has ido saliendo, la muerte elegida o tenida nada lo cambia. Cuando las cifras de muertos fueron números en aumento, me preparé para ser uno más de ellos. La soledad es de los vivos. Los muertos ni sienten ni padecen. El cuerpo va modificando, pero la identidad desaparece. He enterrado a los dos seres que más me quisieron. Cuando tuve impulsos suicidas en otros tiempos, me disuadió no destrozarles la vida a ellos. Ahora no los tengo. A veces me recuerdo en esos sentimientos. Me dejo llevar por el transitar, del día a la noche.